Casi se ha cumplido una semana del asesinato del joven Sean Bell. Aún parece increible que su muerte haya sido causada por agentes encubiertos de la polícía de Nueva York.Qué terrible tristeza debe de haber sufrido Nicole Paultre que se convirtió en viuda cuando ya le faltaban muy pocas horas para casarse con Bell, el padre de sus dos hijos, quienes se han convertido en huérfanos por un imperdonable ¿error? policial.
Pero lo que más llama la atención, es el hecho de que las autoridades, no han alcanzado ni a la familia, ni a la ciudadanía, ningún informe ni declaración complementaria que trate de explicar lo que realmente sucedió.
Más bien existe la precepción generalizada de que la pretensión inicial fue querer exonerar de responsabilidad a los directamente responsables del hecho y presentar a las víctimas como si fueran peligrosos delincuentes. Un simple ejercicio lógico, permite constatar que no es así, primero porque no se encontraron armas, ni en el vehículo ni en la ropa del fallecido. Tampoco en la vestimenta de sus amigos que resultaron heridos y que inexplicablemente terminaron esposados a la cama de un hospital, sin considerar que uno de ellos, tenía 11 heridas de bala. Segundo, porque de haber sido gente de mal vivir con antecedentes policiales, la publicidad sobre esa situación habría sido muy grande y los asesinos habrían sido exculpados y su acción hasta podría considerarse meritoria. Por eso, para que se aclaren las cosas, es necesario investigar lo sucedido, determinar e identificar a los culpables y sancionarlos ejemplarmente, para que un hecho tan vergonzoso no se repita jamás ni en Nueva York, ni en ningún otro lugar de la tierra.
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